miércoles, 12 de febrero de 2014

El juego es algo serio: 

jugar para crecer feliz y saludable


La importancia del juego para el desarrollo saludable y el aprendizaje de los niños está sobradamente documentada y queda fuera de todo cuestionamiento. Décadas de estudios han mostrado que el juego es fundamental para el desarrollo físico, intelectual y socio-emocional a todas las edades. Sobre todo, la forma más pura de juego: el juego no estructurado, automotivado, imaginativo, independiente, cuando los niños inician sus propios juegos e incluso inventan sus propias normas para el juego.
A través del juego, los más pequeños aprenden a reconocer colores y formas, sabores y sonidos. Un poco más adelante, los niños usan el juego para aprender a respetarse mutuamente y descubren el valor de la amistad, el compañerismo, la colaboración. Para los adolescentes, el juego puede ser una forma de explorar identidades posibles, además de una forma de desfogarse y de mantenerse en forma.
No obstante, a pesar de su inmenso valor, el juego ha ido desapareciendo de muchas escuelas e incluso de nuestros hogares, y especialmente el juego libre, espontáneo y no estructurado. Conocidos programas televisivos orientados a padres y madres afirman que hay que “enseñar a jugar” a los niños según unas condiciones determinadas: en un lugar determinado, un solo juguete cada vez, dejándolo todo perfectamente recogido... Uno puede preguntarse qué niño puede experimentar placer y diversión o dejar florecer su creatividad bajo condiciones tan limitadas.
El Dr. David Elkind, experto en psicología del desarrollo y autor de The Power of Play: How Spontaneous, Imaginative Activities Lead to Happier and Healthier Children (2007), estima que en los últimos veinte años los niños de las sociedades postindustriales han perdido unas 12 horas de juego a la semana, y de ellas, 8 horas de juego libre. “La eliminación de los juegos es tan perjudicial para el desarrollo saludable de los niños, si no más, que la prisa por que crezcan demasiado deprisa demasiado pronto”, escribe Elkind. Puede que la limitación del juego no se produzca de forma premeditada, sino que tal vez nuestras prácticas cotidianas, en casa y en la escuela, tengan como resultado una disminución del juego libre, espontáneo y no dirigido. Sin duda, tendríamos que tomarnos el juego muy en serio, y pensar en qué medida podemos propiciar o interferir en que nuestros hijos puedan jugar en libertad.